- TOMI
EPISODIO 13-MACEDONIO FERNANDEZ
Desperezo en blanco
En aquellos tiempos pasados tan lejanos que no existía nadie, pues nadie se animaba a existirlos por lo muy solitarios que eran para toda la gente, y además, no se podía pasar ningún rato en ellos porque carecían de presente en el cual todos los ratos están contenidos y otros además, pues como estaban perdidos en la "noche de los tiempos" no se veía dónde estaban; lo que impidió alojarse en ellos, todo lo cual lo sabemos por la Paleontología tan conocedora del pasado como ignorantes nosotros del presente, en aquellos tiempos que las personas más ejercitadas en la vejez recuerdan olvidar, nuestros pies eran cascos y el hombre inteligente les dio un amparo que no necesitaban, rodeándolos de botines por la parte de afuera, acomodo que nunca habían conocido, pues hasta entonces habían pertenecido al mundo exterior y no sabían lo que era ser ellos una cosa de adentro de nada; por el contrario, se caracterizaban y se les reconocía por hallarse siempre disparados y lo más distantes posibles siendo lo más alargados, externos, salidos y correcalles que hubiera, además de su singularidad eterna de ser un artículo par, y andar obligando a todo a ser par, como par de medias, par de botines, a diferencia de la nariz que se basta con un arco de anteojos, puesto encima para ser impar. Es comprobada la constancia de los zapateros que nunca han variado de ocupación siendo ellos siempre los que hacen los botines y han aconsejado su colocación en los pies como la más cómoda, muy superior a la costumbre nunca usada de llevarlos en una valija o en el bolsillo. No son los peluqueros pues los que hacen todo incluso botines, como pretenden hacerlo creer por su peinado y la conversación que dirigen a la cabeza del cliente como para llenársela por si está vacía. Si usasen la conversación partida al medio como su inimitable peinado, tendrían para dos clientes a la vez, mas como cada cliente tiene otro artista para él en ese momento, un fuerte sobrante de conversación fluiría hacia la puerta del negocio y correría por las calles, teniendo su manantial en las barberías y su cauce en la calzada, que según indica su nombre, es jurisdicción de los zapateros.
No veo otro camino para que los peluqueros invadieran, como tanto lo han deseado, el oficio de aquéllos, logrando hacer brillar su arte en ambos extremos anatómicos. Por otra parte, el peinado es una manera de pensar por fuera de la cabeza, por lo que debieran sentirse orgullosos los artesanos que tomando la navaja al dejar las tijeras, nos tienen tan acobardados y sitiados como para despojarnos de nuestro cabello sin protesta ni intento de fuga.
Pero volviendoal asunto inmediato que no olvidaré un solo momento, quería enseñar que si las durezas plantales originaron los botines, éstos están haciendo nacer tantas que pronto volveremos a la dureza única. Es, pues, un círculo el progreso y la espiral de Goethe no condice con el piloso principio y el coriáceo final de la anatomía humana.
("Proa", 1922)
Un artículo que no colabora
Desde los tiempos cuando los jilgueros volaban hasta los en que se tuvo gobiernos capacitados para postergar con urgencia cualquier asunto y especialmente la hora de los eclipses solares, que a veces por descuidada combinación de los astrónomos preparadores caen en instantes en que sólo pueden disfrutarlos los trasnochadores más próximos, se me viene solicitando de "Martín Fierro" un artículo breve o que yo sea breve en un artículo. (La preocupación de "Martín Fierro" por sus lectores no reconoce límites; pero nada lo hará feliz, pues por nuestra parte el límite de los colaboradores no reconoce preocupación.)
Me costará pena por estar fuera de mis hábitos, aparte de ser cosa notada que siempre seguimos la misma costumbre que hemos cambiado. De mi agrado ha sido que los artículos parecieran breves; mas tras múltiples pruebas resulta que el lector no se atiene a la apariencia; los desea efectivamente cortos; sólo así los ve breves. Artículos que duren poco, ¡qué gente de sueño fácil!
Por diminuto que sea un trabajo debe empezar. Pero los Directores no lo entienden así; no pueden ver que un artículo empiece. Es un alarmismo tal que sólo se tranquilizan de que no será largo si uno les promete no comenzarlo.
Todo lo que puedo es empezarlos cortos. En este esfuerzo he logrado hacer de mis primeros cuatro renglones una reconocida notoriedad de brevedad. Está debidamente codificada entre todos los lectores del mundo la regla de ausentarse después de la cuarta línea; a esta altura yo cuando leo, suspendo; cuando escribo, sigo, pero justificadamente, pues la brevedad ya la he satisfecho al principio.
Me parece que yo hago como todos (dicen que el tartamudo cree que todos son de su tartamución. Me gusta más el dicho "el ladrón cree que todos son de su condición", porque es aconsonantado; y es un placer tan grande leer "ón" y unos segundos después otra vez "¡ón!". Sólo así el dicho contiene sabiduría). A la altura en que autor y lector cesan de acompañarse puede escribirse ampliamente. Y está tan bien acomodado esto de no pasar del cuarto renglón, que ningún lector sabe que desde la línea siguiente no hacen otra cosa los autores que hablar mal de él.
Así, pues, es inútil el empeño de los señores Directores de "Martín Fierro". Después de la cuarta línea no hay nadie a quien proteger.
Por lo demás, yo distrayendo a ambos Directores, al uno con los jilgueros y al otro con el eclipse, he logrado que sin oposición este artículo quedara totalmente empezado.
("Martín Fierro", 1925)
Articulo diferente
En los días en que toda la literatura es: "Señor, habiéndose derretido la ley de alquileres, prefiera usted, desde hoy, en esta su casa por ésa mi casa, pagarme 80 pesos más, etc.", me dirigí a "Martín Fierro" pidiéndole me aumentaran espacio para los escritos. Con tal mala suerte que se me contestó mandara sólo artículos cercados o sea contenidos por un cerco y que tuvieran la solución cerca, y, además, que ocuparan un solo lugar. De modo que no he podido saber qué gusto tiene un aumento, cuando toda la población lo sabe. La comunicación de los directores no dice si avisarán cuando estén de mejor humor; no usan postdatas que alegren. Si insisto me van a prosperar hacia la calle.
Así que, estimado lector, hoy no publico más que la mitad de lo que se ve aquí.
Toda persona que haya estado en este mundo sin techo y con moral, redondo en esta semana y que no sobra por ningún rumbo, habrá redondeado, en día de soberbia, el pensamiento de haberle tocado sólo a él nacer del lado en que las tortitas tienen azúcar, que es frente mismo adonde sobresale la manija del planeta que "gira alrededor de sí mismo" si pudiera yo girar en torno de mí mismo me repasaría la espalda del sobretodo al retirarme de cada pared; y viendo que este mundo no es como los días jueves que alcanzan para todos, sino corto, de economizar, que se consume por donde lo gastan, disfrutándolo el que llega primero que no son todos tendería su mano afanoso a dicha manivela en procura de dirigir el globo hacia donde él está; si bien esto es algo imposible en mecánica estricta hallándose la persona y el mango en un mismo sistema de coordenadas. Pero las "recomendaciones' son la genuina cuarta dimensión que se busca, y en mecánica laxa, interesándose personas de influjo se le cepillaría la incongruencia a mi proposición. Un sobreviviente de las conferencias de Einstein me garante que esto es todo lo que le entendió; me confesó dicho amigo que él asistía con el plan de entender; de modo que no hay nada que dudar en el asunto; ni se puede discutir cuán enojoso habría sido para Einstein conocerle semejante plan. Sigo aquí porque es donde debe continuar un artículo diferente.
Siendo esto así y lo demás de otro modo, es casi seguro que las continuaciones alargan los artículos y también que todo hombre creyó alguna vez tener en su poder la manija de este quejadero redondo y que no hay en Buenos Aires esquina tan larga que permita esperar en ella todo el tiempo necesario para catalogar cuantos proyectos se le ocurrirían a tal hombre de lo que haría y desharía con el mundo, en que nosotros estábamos tan tranquilos. De mi sé decir suerte que me tengo ahí hoy y aquí; sino no sabría nada de lo que piensa una persona en tal emergenciaque hallándome en esa afortunada prerrogativa imprimiría a dicha manivela impulsión tan brusca y bajo tan exquisito cálculo de direcciones, que saltarían del planeta las 298 morales, las 1.413 religiones, las 921 superioridades de raza y nacionalidad, y los 198 motivos de envanecerse de haber nacido en algún punto (¡qué trabajo me dio formular tantas cifras variadas, sin repetir centenas ni decenas!), cuyas despedidas entidades encontrándose y fundiéndose compusieran un grumo que tapara el agujero de entrada al mundo de la infatuación y la mala voluntad.
Ahora, considerado lector, espérame en esta esquina, que vuelvo en seguida: tan pronto como me haga millonario y haya entendido al tiempo como forro del espacio, según Einstein.. Si tardo más de lo imputable a estos motivos, será porque estaré buscando el farol de nuestra ciudad a cuya luz sea fácil comprender por qué razón hemos creado una civilización de privados sexuales, de prohibidos; tardando todavía será que mi solapa está en manos de un partidario de Debussy frente al Odeón, o porque estoy pasando lentamente de la teoría luética a la parasitosis, como nuestro genial clínico, o porque estoy frente a la bobería en mucho bronce de Rodin, procurando adivinar en qué piensan los músculos del "Pensador" (¿es Dempsey o no es Dempsey? Los pensadores son más friolentos; éste se saca la ropa para poder pensar).
En fin, en un país de pastores, con diez generaciones de dieta cárnea, en que se permite comer remedios y se prohibe comer carne, hay mil motivos de entretenerse con tal que uno no se entretenga delante de una vidriera de frigorífico, quizá porque éstas, afiebradas por el tráfico, han dado también en atropellar.
("Martín Fierro", 1925)
Carta abierta argentinouruguaya
(Señor Redactor a quien se encargue la molestia de leer esta colaboración de ausente en la sinigualada Revista Oral. Dirá usted primero, si le parece, unas palabras como éstas:)
Nuestro redactor Fernández debía darnos el editorial de este número. No lo hace, por causal que en carta aduce, y pide que en recompensa del trastorno que nos ocasiona, le publiquemos, en primera página, como editorial, tomándonos la única primera página de que disponemos, una urgente carta abierta que desde hace meses está apurado en publicar pronto. En ella hay un buen espacio en blanco, porque desearía que en él insertáramos su fotografía oral con modificaciones favorables, pues dice es la única fotografía que anticipa los rasgos que presentará su fisonomía en un porvenir cercano, cuando él será más joven. Antes, nunca dejó blancos en sus artículos ni en las entrevistas y reportajes que se le hacían, porque el periodismo los aprovecha para perjudicar a los escritores con la sospecha de haber estado callados un instante, y también revelan que ese instante no sólo fue de silencio incapaz sino de mortal vejez, insertando allí el retrato sin esperar a que uno sea más joven. Termina su carta continuando con esto: "Amigo: le recomiendo mi edad; apresúrese a tenerla: es la época en que se puede vivir sin chistar, y en que se nos distingue, chistándonos, al pasar por algunas veredas y ventanas, lo que usted no conseguirá nunca si no cambia pronto de edad; y de retrato, como yo".
No nos queda otro remedio que lamentar la ausencia que le impide asistir y abrir la carta abierta, lo que haré yo a su ruego, y la leeré también, pues Macedonio es analfabeto: por descuido de su familia sólo se le enseñó a escribir sus Obras completas que será el primer libro que publicará pero no a leer.
La urgente carta, pues, que después de meses de escribirla pronto en tales meses de prepararla ha conseguido Fernández la práctica necesaria para hacerla pronto no tiene un minuto que perder: será leída en seguida, y escuchada al mismo tiempo, para no perder momentos.
Es dirigida al Director (los Directores también se dejan dirigir) de una revista semanal de gran circulación 130.000 de tiraje, tres ejemplares menos que la Revista Oral con motivo de atribuírsele en ella a Macedonio Femández por error la nacionalidad uruguaya.
Señor director de una revista:
Nada tenía de qué alegrarme cuando comprando la revista de su mando en uno de los quioscos donde las prestan, veo transcripto un producto de mi ingenio que protuberó a cierta altura de columna de la amable Martín Fierro. Un estudio grave y retirado (de entre los escombros) acerca de la súbita declinación de la Arquitectura (de El Tropezón) con citas bien confundidas deRuskin, Cornisay Flatacho. El material de estas referencias era tan valioso que se podía ganar dinero rematando la demolición de mi escrito. Asimismo era breve; artículos mucho más cortos ocupan dos columnas: el mío solo la altura de caerme de una. Esto era todo: no tenía adiciones, pues en el suceso de aquel derrumbe quedaron tantas sin pagar que se ha hecho hábito no abonar añadidos literarios.
Seguramente que la publicidad en vuestra revista me lisonjea y contenta siempre que no me paséis una cuenta extremosa, atento a que me falló el pedido de $10.000 que hice al Congreso, en compensación de cuyo socorro me comprometía a permanecer ausente del país hasta mi regreso: intriga fácil de explicar si digo que soy el único habitante que se ha impuesto la absorbente ocupación de cumplir todas las leyes dictadas cada semana, lo que me da aire tan triste y desbaratado que constituyo para los congresales un espectáculo lacerante, irrisorio, un asedio de remordimientos y malos recuerdos de tanto legislante disparatar. Por cierto me fue grato verme transcripto, pues, además, ello comprueba dos agradables propiedades de lo literario. Por tal reproducción descubro: que todavía soy autor de dicho artículo, condición que no sabía durara tanto, y que los artículos sirven para dos veces y más y se parecen, entonces, al levantarse de la cama que con una valiente vez por la mañana basta para el día entero; o al apagar el candelero (no nombro la vela porque no se usan ya) que soplando bien un tiro no hay que seguir de soplador, cual con el fuego; o como el silencio de los tartamudos que no es salteado cual su habla sino tan liso, seguido como el de los bien parlantes y si no se empecinaran en hablar nadie los conocería como a un bizco que duerme.
De esto no se hable más y siga usted con lo mismo. El caso es que como la publicación suya me convenía yo la hubiera tenido oculta cual buena suerte de egoísta. Pero en revista de máxima difusión de nuestro país uno de los millares de lectores se lo dijo al otro (sin lo cual este otro, por más lector que fuera, no lo habría sabido) y se propaló cierto error vuestro: se me atribuye nacionalidad uruguaya, lo que vengo corriendo, en tren perdido (tal es el apuro y apartándome de la respetada práctica de no viajar en él) a rectificar antes que lleguen las protestas de Montevideo.
No tengo de uruguayo más que la circunstancia de haber vivido siempre en Buenos Aires, pues empleo no consigo ninguno, aunque desde muchos años lo solicito; y seguiré hasta que sean 25 años. Entonces me jubilaré de pedirlo: mi vacante será muy disputada porque la competencia para pedir empleos no es aptitud exclusiva mía; a nadie le falta; sólo sí el empleo.
Hace quince días de lo comentado. Sería yo de los uruguayos más jóvenes; pero es tarde para nacer. Es cierto que he estado en Montevideo, Soriano, Fray Bentos, Canelones, Tacuarembó, Mercedes, sin contar otros departamentos en que no he estado. Pero era sólo de paseo: no de nacer. Muy muchacho, en Pocitos, me mordió un caballo el hombro y casi me extrajo así de encima. Qué animal paciente: tironeaba y seguía tirando, pero como era tan largo (caballos tales debían alquilarse con itinerario impreso para consultarlo en apuro de desmontar; es difícil hacerlo de memoria en tal apuro), entre los dos no conseguíamos salirme de él. En Ramírez me puse a buscar aire en un pozo bajo el agua y saltaba hacia la superficie, pues no encontraba sótano al líquido; hice esto tantas veces que un testigo viendo que con ese tejemaneje yo saldría de todos modos a flote, me sacó. Es la única vez que se me ha visto sudando por ganarme la vida, pero malamente, pues me encaprichaba en respirar en el momento menos acertado, siendo que nunca había parado atención en esta función del organismo que ahora me entusiasmaba. La natación era mi talento; tan metido con el agua que al rato no se me veía, nadaba, nadaba hasta que me salvaran; inventé el braceo náufrago. En Mercedes dediqué todas mis temporadas al caballo: nunca he andado tanto a pie. Allí una muchacha más bien fea me dijo tilingo. Otra señorita, de nombre Mecha, me besó. Este último sistema ¿con quién lo habría aprendido? me pareció bien; busqué a la primera y se lo comparé: se quedó reflexionando, a mi juicio derrotada.
Mas, por todo esto no soy uruguayo; es exagerado. Nací tempranamente; en una sola orilla (aún no me he secado del todo) del Plata. Me encontraba en Buenos Aires a la sazón; era en 1875: fue el año de la revolución del 74, como después tuvimos un año para la revolución del 90. Pocas personas han empezado la vida tan jóvenes (si hace 50 años ya era tanta mi juventud ¿cómo no lo sería mucho más la de Alcibíades hace 3.000 y qué extraordinario puede ser que las bellas se enamoraran de su perro?). Durante un minuto fui el americano de menos edad; y creo que ya en ese instante oí tres himnos a Sarmiento y Rivadavia fundó las escuelas. Es verdad que de esto quedé algo sentido hasta hoy.
La orilla era la derecha yendo al centro; sirve igual que la otra, y los que vienen de Europa la llaman izquierda hasta que se familiarizan con el idioma; pero es la misma. Cierto que se consultó al Uruguay si haría objeción a que naciera yo allá. La respuesta no pareció entusiasta; no decía que sí o que no; exigieron datos sobre mi carácter e ideas y por fin el gobierno uruguayo escribió: "Por nosotros no se preocupen: están ustedes perdiendo el tiempo: ya podía haber nacido".
¿Qué se temía de mí? Yo no traía intención de daño a nadie, a ningún empleo ocupado; no portaba ni un cortaplumas; y hoy con todo lo que he leído y cursado, no soy tan inocente como aquel día, tan inexperto en nacer que fue preciso llamar una señora experta que lo hubiera hecho muchas veces. ¡Oh, qué mal momento! ¡qué molesto! ¡qué peligro de vivir! No encontré una persona conocida. O me tomaban por otro. Nadie que dijera viéndome aparecer: "¡Esa facha yo la conozco!" ¡Oh, fue angustioso! No lo volveré a hacer. Y no se lo deseo al mayor enemigo: (el hombre que saca un papel de 10 pesos para pagar el tranvía, poniéndonos súbitamente tristes a todos pues sabemos que el guarda se volverá hacia nosotros aparentando alguna esperanza y nos solicitará cambio). No es cierto lo que se dice que yo enseñé a los techos a lloverse, a los llaveros a quedarse en el pantalón que cambiamos para salir al teatro: y al que no puede pasarse decantar con mucho sentimiento, en los ómnibus, la tabla de multiplicar de Pitágoras colgado de la correa (y por otra parte no me parece poema dicha tabla). ¡Oh! ¡yo no duermo de ese lado!, no sirvo para lector de soniditos. Cervantes, Gómez de la Serna, Estanislao del Campo, Poe, me tienen despierto. No nombro a Quevedo y Mark Twain porque no me conviene y en los momentos en que uno no sabe dónde ha nacido se le confunde también el nombre de sus inspiradores.
Pero, aunque sólo sea por ociosidad, examinemos, sin ocuparnos de lo que perdería el Uruguay, qué ganaría yo con nacionalidad nueva. Veamos: ¿cuántos tomos de Historia es la del Uruguay? Aunque sólo sea la 5' parte que la de acá no me le atrevo. ¿Cuántas batallas, valor indomable, aniversarios, centenarios, cincuentenarios de genios y patriotas? ¿Allá se usan también las diabetes, reuma, los sustos, como casos de "muertes por la patria" y cambio de nombre para las calles? ¿Las pensiones son para los contemporáneos del héroe, que tuvieron que soportarlo, o para gente que nada le padecieron, como acá? ¿Quién es el Sarmiento para himnos de ustedes? ¿Se inunda el arroyo Maldonado también allá? ¿La esquina de Callao y Rivadavia es allá como acá peor que una consulta de médicos? (se debiera dar en el acto, en el Molino, un banquete a la persona que la cruza sano y salvo una vez, partiendo de la Plaza Congreso y alcanzando a llegar a dicho banquete).
No; no voy; digo, no soy. Además hay un puntito de sentimiento en mi determinación. Lo trataré bajo el título de Una novela que comienza. Allí se verá que al presente vivo en una espera romántica indeclinable que debe suceder en Buenos Aires. Es verdad que caballero tan de nacimiento confundido, es de alegre esperar y puede aguardar lo bueno debajo de una cornisa que se traslada.
Soy del señor Director con vivo aprecio.
M. F.
Noticia El que sí es uruguayo es el buenazo de don Juan. Pero se muda; ayer lo vi con un paquetito. Unas quince veces por año cambia de domicilio y manda decir a sus amigos: El cambio de domicilio que ocupo ahora es calle Lavalle 1025. Para eso no usa equipaje; cuando lleva un paquete o los bolsillos abultados está de mudanza. En junio salió de Libertad 443; en agosto volvió a Libertad, pero no al 4º piso donde antes, sino al 5º. Doña María, la del 4º, supo que estaba en el mismo edificio pero ignoraba en qué piso. ¡Será posible, exclamaba anoche acostada, que no me haya visitado ni dicho a qué piso vino! ¿Dónde se habrá metido don Juan? No sé si lo tengo arriba o lo tengo abajo, yo que conocía tanto su...
Este don Juan, tan buen amigo, figurará y estoy seguro que observará una alta moral, en mi cada día menos evitable romance, si para entonces vive; pues mi novela no admite sino a vivientes so pena de confundirse con la Historia donde los muertos lo hacen todo, se lo llevan todo por delante. En dicha novela repetiré alguno de los chistes aquí intentados, pues espero llegar a un extremo de garantía y seriedad de mis bromas, ensayándolas en varias reiteraciones; además, así se entretendrá algún exigente en originalidad, quien descubrirá que una idea mía es de Steme o Rabelais, cuando no habrá sido tomada de allí sino de mí mismo, de la primera vez que la dije; en el estado de repetición se parecerá textualmente a la idea de S teme, pero antes se parece a la mía de la primera vez que 1.a copié, porque es tan escasa la originalidad que hoy no queda otra que la de primer copista de autor nuevo; "primera copia" es un subgénero sancionado de la originalidad.
("Martín Fierro", 1926)
Primer número "plateado" de la Revista Oral
No venimos, señores, porque hayamos creído que nuestra "Revista" auricular no se oía hasta La Plata; ni porque una brusca interrupción en el servicio de no haber tranvías en Buenos Aires la acumulación de muchos en una cuadra los hace no haber, y da gran prestigio y velocidad a las veredas nos haya llenado de preferencias por la abundancia de no haber tranvías en La Plata solo que allá esto sucede únicamente a las ocho de la noche y en Corrientes y Suipacha, hora y paraje que podéis conocer leyéndolos en nuestros poetas cuando cantan a la aurora y el arrabal, con toda la emoción de lo ignorado y de la ausencia, que tan elocuente hace siempre al hombre; ni porque en este momento falte en Buenos Aires la comodidad requerida para dedicarse a la tarea de que Marinetti llegue sépase entretanto que la estadística, ordenada por nuestra comuna, de las personas que empleaban su tiempo en que esté llegando Marinetti, resultó operación impensadamente morosa, y no porque fuera muchas esas personas, sino (es mi opinión) porque a los ocho días de comenzada todavía no se había encontrado a la primera, y se procura prolijamente no comenzar el recuento por otra, porque después habría que empujar toda la lista de las ya juntadas, para hacerle lugar ordinal a la primera.
Una nómina de todos los motivos que no han sido el de nuestra venida sería preciosa y en todo el mundo habría ansiedad, tanta que hasta se
olvidarían de estar ansiosos. Sería, seguro, extensa; más aún, tendría que enumerar todos los posibles motivos de un acto, menos uno: el de nuestra visita. En verdad confesamos que hemos hecho, que tenemos esa lista. No os asustéis: no la leeremos. Alberto Hidalgo desafió a que él era capaz de hacer, en un momento, cualquier cosa interminable, y la concluyó efectivamente.
Es tan cierto: que uno de nuestros redactores, que ama con delirio a Buenos Aires y considera de inmenso mal gusto pagar por alejarse de ella, no quiso comprar boleto de venida; y lo tapamos con la lista mencionada municipal de esperadores de Marinetti que era un pliego muy grande en el trayecto para evitar distracciones con los inspectores. Pero tenemos que llevarla, para taparle el regreso a ese redactor porque, apenas nos encontramos con vosotros y pisamos vuestras diagonales, comprendió dicho redactor que es también de insufrible mal gusto pagar por alejarse de esta bella ciudad del pensamiento, de lo joven, de la expresión de vigilancia por el alma.
Sean éstos los alicientes que crearon motivo a nuestra venida y que nos harán retornar cada vez que nuestra esperanza idealista ansíe tibieza de hogar. Está es hogar para el alma.
Breves seremos: traemos más qué escuchar, que de decir: un público de privilegio como vosotros debe hablarnos cuanto antes; por primera visita impreparada, seremos breves, y yo el primero, para oír cuanto antes la sugestión de vuestro vivir de inquietud.
Salud.