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Amparo Estévez Saviza

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Considero que un espacio interactivo debe servir para comunicar, compartir y pasar momentos agradables que nos ayuden a pensar la vida como bella y en este caso específico a conocer a los escritores y poetas que en todo momento transbordan vidas diversas arte y sueños a nuestro corazón...

miércoles, 19 de febrero de 2014

EPISODIO 16_ MACEDONIO FERNANDEZ



- TOMI


EPISODIO 16_ MACEDONIO FERNANDEZ

¿Y la novela actual, la lírica, la crítica? Aquí estamos ante el problema que debiamos plantear y que queríamos preparar con la digresión precedente.
Creemos que no tenemos nada genial en prosa, crítica y verso; ¿la Europa actual la tiene, aunque muchos gesticulen de genios por allá? Pero brillan aquí: en Arte, una genialidad: la del gusto estético de nuestros artistas; y en algo atañedero a la Literatura: en el periodismo argentino hay genio.
El exigentísimo gusto artístico de nuestros talentos, más pronto y severo, y la inferioridad, comparada con él, de sus obras, componen un misterio.
La genialidad de nuestro periodismo; el amparo, aunque utilitario, que un periodismo vigoroso ofrece al literato, aunque sea como sostén provisional, y la inferioridad de las obras literarias, componen otro.
Nuestros literatos llevan al periodismo páginas geniales, a veces, y no nos dan un libro magnífico. ¿Cuál es la explicación? La celebrada "alacranería" de nuestros artistas es la resultante precisa, nada injusta ni
envidiosa, de la excelsitud del gusto y de la medanía del libro del literato argentino.
¿Cómo explicar esto último? Y considérese que aludo, con la calificación medianía, a obras que con una firma francesa serían notablemente encomiadas y vendidas, porque los europeos son inteligentes y los hijos de europeos parece que no.
Nada más puedo decir, porque me falta el especialísimo estudio necesario y sólo me he atrevido a una expresión personal de asombro ante ciertos extremos que he señalado.
Os dejo contaminados con estos problemas de que adolezco.


II . BRINDIS DE RECIENVENIDO

La oratoria del hombre confuso

Leído por el poeta E. Fernández Latour en el banquete en que el pintor Pedro Figari fue congratulado a inspiración común de Martín Fierro y Proa.

El uso de la palabra es travesura que me ha costado una contrariedad por vez. Favoreciéndome certera y prontamente como el tratamiento que dejó de seguir el extintocon el efecto de que el encontrarme en casa luego paréceme recuerdo de resurrección: un bienestar de sobreviviente tras malestar de persona que está naciendo. Sólo aquellos de nosotros que han nacido pueden pasarse de explicaciones acerca de la minuciosidad con que estuve revisándome para certificarme si mi totalidad contaba todavía con un porvenir, si mi presencia en el hogar era completa y tal que pudiera sostener mi voz en el tono autorizado con que debe pedir el vaso de agua y de ánimo al delantal de la mucama de sueldo atrasado un muerto interrumpido o un interrumpido de morir. La primera vez de cualquier cosa debiera venir después de unas cuantas; para evitar contradicción en los términos, bastará trocar su designación numérica por una algebraica, llamarla alfa. Yo no lo pensé, y me dirigí sin ensayo a la señorita que pasaba (para que una señorita pase es preciso estar sentado a una mesita de bar de las que en verano se salen a la vereda: allí estaba yo y en ese mismo bar) y le dije esta sola palabra "Leve como velo de nube del pincel de Figari; bella como el acertar con un asiento lleno de uno mismo en un tranvía lleno de otros; ojos negros como la pena del que no los ha visto, ¿por qué tu andar te aleja de mí si bastaría detenerlo para que la latitud de nuestra separación cesara de crecer!... ". Pensaba extenderme satisfactoriamente sobre las consecuencias geométricas que fluían de la posición recíproca especial tan bien preparada por mis palabras, cuando un golpe, rectilíneo posiblemente, hizo dos mitades de mi elocuencia y aun tuve que dividir ésta con un vigilante que se había tenido oculto en mitad de la calzada haciéndose notable por grandes señas a cuanto movimiento entorpecible y estorbable divisaba.
En la comisaría no estaba la señorita; no supe nada de ella; yo había acudido a informarme de su paradero acompañado al principio por el primer aparecido de los agentes, de quien me despedí a la cuadra: no se me abandonó nunca; diversas personas uniformadas tuvieron inmenso gusto, me lo declararon, en asesorarme hacia la comisaría, deseosas de que yo no confundiera las calles que a ella conducen con las que llevan a mi casa, donde nada me habrían podido noticiar de aquella joven.
El dolor que sentía en aquel de los hombros arriba del cual pende una oreja no era de muelas ni de la primera dentición sino del primer uso de la palabra. A mí me parecía que una vereda completa de las de frente a Plaza Congreso me había acertado en la clavícula. Si yo hubiera podido encontrar un reemplazante instantáneo de mí un segundo antes del golpe... Pero estos reemplazantes, suplentes, que todo quejosos se inscriben para las vacantes, no aparecen cuando se los busca para ayudarlos.
Hubiera dado cualquier distancia para no estar allí y a ratos sospechaba haberme caído detalladamente cuatro metros seguidos desde una azotea, sin saltear ninguno. He notado que por fuera todos los pisos son corridos.
Mantúveme reservadísimo por años sin aludir a mi éxito retórico, no queriendo exponerme a deslucirlo con ejecuciones verbales inferiores. Pero en un movimiento político del cual yo ocupaba la acera siempre las veredas me han dejado en la calle pronuncié el siguiente discurso de espectador: "Viva el Presidente General Cristóbal Colón Avellaneda". Al instante de terminarlo me vi rodeado de una baratura de bastones como no es de creer dado el alto costo de la mano de obra, los que estaban ya levantados, de modo que hecho el trabajo principal, nada era bajarlos a favor mío y de la ley de la gravitación de las manzanas universales mondada por Newton. Por esta vez me reemplacé yo mismo; con celeridad inapresurable hice ausencia de mi presencia y modestia de mi engreimiento. Veinte regatones saltaron golpeados en el suelo, punto de cita de todos los yerros, igualador de punterías. Me extrañó la conducta picapedrera, aquel campeonato, aquella emulación de caridad por mí, aquel despilfarro. La gente siempre ha cuidado sus varitas.
Me alejé de aquel tiro federal, pero sépase de las varitas que en días de lluvia y una vez extraviadas en el tranvía se llaman paraguas, pues cuando ocurrióme perder casi todo mi bastón a causa de la preocupación de hacer pasar antes que yo por la estrecha portezuela del subte el buen sobretodo que llevaba puesto para vigilarlo de atrás lo encontré
hecho un buen paraguas, a falta de bastón, en la gerencia. Por lo demás, a un bastón nuevo le queda bien haberse extraviado una vez; es para él la aventura de juventud y uno debe procurársela. Aunque más cómodo sería que los vendieran ya extraviados. Y aun las librerías nos ahorrarían trabajo si algunos libros los expendieran ya leídos. Mejor todavía tratándose del buen libro, que los vendieran ya devueltos por los amigos prestatarios.
Réstame explicar el origen de los pequeños errores de mi discurso que tanta deportividad provocaron. Tuve siglos antes uno preparado de encargo para recibir a Colón en su segundo viaje que efectuaba bajo instrucciones de hacer cuanto antes el descubrimiento de América, no fuera que los nativos lo verificaran primero que él. Pero, como sucede con estos paseos apurados, muchos quedan sin hacer; y hoy los historiadores han establecido que no hubo segundo viaje de Colón sino únicamente primero y tercero. Recordemos de paso que si el istmo de Panamá, así como era todo de tierra hubiera sido de agua, el descubrimiento de América se habría realizado en China, donde a Colón se le esperaba todos los domingos.
Aquel discurso no pudo, pues, ser aprovechado y ahora su texto en parte se me enredó con las palabras que hubieran sido de oportunidad. Tan infelices experimentos oratorios me han disuadido, doctor Figari, no obstante la admiración y afecto que quisiera atestiguaros, de dirigiros una sola palabra en el acto de homenaje que os tributamos.
("Martín Fierro", 1924)


Brindis a Ricardo Güiraldes

(Sin las supresiones que entonces la concurrencia obtuvo de su desesperado autor. Aplaudidas como lo fueron, es deber periodístico difundir lo que fue éxito junto con lo que no fue supresiones. Concediendo alegremente éstas el orador resultó contribuir con todo, con el brindis y con improvisación de supresiones que lo han revelado, asimismo, como prontista; a lo que se atendrá en el porvenir.)

No es aquí, señores, nuestro comienzo de discurso y debe "apreciarse" como principiado con nada de decir. Cortesía nos haréis si estas primeras palabras son obsequiosamente "estimadas" como e! "no haber dicho nada en suma", que tan desagradable sería lo aplicarais sin descernimiento a todo el brindis al final; como no derogante del Silencio, de cuyo texto, fácil de recordar y del cual el Hablar es la única errata posible, el procedimiento de cita no ha sido hasta hoy encontrado. La sutilidad de nuestra frase inicial representa a la imitación ¡por fin literaria! del silencio. El esfuerzo feriado de páginas en blanco que hemos leído tantas veces dispersas en la foliación de libros, ocasionándonos la única perplejidad posible y privativa a la especie lectora, esas ocho o diez páginas de heroísmo de autor y que el lector, en ella tergiversado, sostendrá siempre que no las compró, que no injuriaban su pensamiento de compra; ese esfuerzo, señores, de transcripciones del silencio, banal aunque de buen anhelo y presentimiento, era capitulación del poder de la palabra. Para la literatura es una claudicación confesarse incapaz de expresar con palabras el silencio y acogerse a las páginas en blanco. La imitación literaria del silencio era la sola digna de nuestra profesión; es por fin lo técnico en el asunto.
Formulamos, con el retardo de estilo, la presente oratoria de ofrendar un almuerzo finalizado, pues la tradición tiene apuro de que se demore el ofrecimiento de una demostración hasta luego de comida ésta por completo, sabiduría que precave a lo almorzado del desaire de que no se la acepte. Nuestro brindis ha sido, sin embargo, compuesto entre dos que se ayudaban y cuatro de la mañana, tempranidad de origen que se desaprovecha por fuerza de esa tradición; hace diez horas que podíamos servirlo caliente. Ya sabéis, pues, que se puede contar con nosotros si resolvéis abrogar aquella práctica, y que, teniendo hecho un brindis y tantas ocasiones de leerlo a los más anticipados repartidores y lecheros de Buenos Aires, lo hemos reservado hasta el momento prefijado para su indiscreción, de modo que realmente parecería pensado sólo para Ricardo Güiraldes, cuya indulgencia por lo visto es la única con que contamos, aunque reventamos por leerlo a cada transeúnte.
En el plan del brindis las dos personas nos adjudicamos los dos géneros literarios: lo bueno y lo malo, que tantas grandes obras seguirán dando. El señor Fernández cuya modestia clama porque no se le nombre aquí y que aún después de nombrado todos seguirán preguntando cómo se llama, por gozar de un apellido tan favorable al incógnito (que no se le nombre excepto como inventor del dispositivo mecánico para deshacer juguetes que disimulará por siempre la conocida morosidad de los niños en despanzurrarlos), se me adelantó en la elección tomando para sí la parte mala; dijo que se sentía con fuerzas y pese a mis dudas le ha salido bien. Venció todas las dificultades y para la más bella y difícil de la prosa, la concisión, halló una solución novedosa, me parece; ha salvado este escollo sin rozarlo, sin mirarlo siguiendo adelante, con el recurso nunca adivinado de escribir largo para ponerse a distancia de la concisión, que era el escollo y fue tratado como tal; de modo que la parte mala (lo que estáis oyendo es anterior a ella y a la buena) resultó extensa, cual lo exige el género (yo lo hubiera hecho mayor áun) y no dejó lugar para la buena, lo que también tenía que ocurrirle a ésta, conforme a su característica que es la de dejarse ver poco en este mundo. La buena no figura aquí, como lo habréis notado; la hemos guardado; y mejorará con el tiempo hasta tal perfección de borrarse que el lector de sus páginas no sabrá nunca si se dirigen a él con el prefacio "A los lectores" que son quienes leen, o a nadie, con el de "A mi familia y amigos", que son otras personas. Vais, pues, a escuchar la parte encargada de mala, compuesta por un experto y un voluntario; si la halláis de esta estricta calidad, modelada a su género, aplaudidla, pues.
Pero antes, aún:

Ricardo Güiraldes

Sois en la persona, en vuestra visita suave al vivir, reticente de un oculto arder, un modo de dulzura agraciada aun con un leve toque de descontento (como reflejo de alguna hesitación en el acogimiento público de vuestro talento) que tiñe el acento de voz y dibujo de sonrisa y el tono de vuestras traslaciones remisas en la tertulia de tránsito terreno.
Hoy se inclina vivamente hacia vos la sediencia de belleza que vive en el genio de la colectividad, que abre manantial de sed en su seno, o como diríais vos, hoy se inclina la manantialidad de oír y admirar que guarda el hombre para el artista.
Vuestros amigos aquí sólo se han adelantado al público; hoy tenéis vuestra la amistad del mundo. Una amistad amablemente entremetida: casamentera como fue siempre la humanidad ha brindado a vuestro Segundo Sombra la Segunda que no quisisteis darle, la Segunda Edición que por lo que se afana en la casa parece presintiera próximo reemplazo. La intrepidez de Don Segundo Sombra ha fallado donde falló todo hombre: tenía valor para vivir sólo más al matrimonio lo afrontó entre dos, en lo que se igualan flojos y valientes. Con razón vos lo queríais soltero.
He dicho.
("Martín Fierro", 1926)

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