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Amparo Estévez Saviza

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Considero que un espacio interactivo debe servir para comunicar, compartir y pasar momentos agradables que nos ayuden a pensar la vida como bella y en este caso específico a conocer a los escritores y poetas que en todo momento transbordan vidas diversas arte y sueños a nuestro corazón...

jueves, 9 de octubre de 2014

Diego Lopez - Todos los días me la encontraba en el mismo semáforo.




Diego Lopez
Todos los días me la encontraba en el mismo semáforo. Yo conduciendo para llegar hasta mi trabajo e iniciar mi jornada laboral. Ella, haciendo malabares con una sonrisa cuasi ficticia… intentando que los conductores fuéramos benévolos por la enmascarada limosna que pudiéramos darle. Esa mañana iba de muy buen humor, así que cuando le extendí un billete por el espectáculo circense que nos obsequiaba, me atreví a preguntar su nombre. India, fue su respuesta… en ese entonces no supe si me hacía un chiste o era verdad, de todos modos no cambiaba en nada mi vida, o al menos eso era lo que yo creía. India tenía los ojos oscuros como azabache es el oro negro. Su sonrisa por momentos parecía evocar recuerdos, y por momentos parecía ser tan forzada como forzada suele ser la vida a veces. Una figura estilizada, seguramente a fuerza de tanto malabar sobre el aire y sus espaldas. Una melena desplegada al tiempo, como se despliegan los sueños al viento. Y la misma calle nos encontraba siempre, la misma esquina con las mismas forzadas sonrisas. A veces uno va tan inmerso en sus preocupaciones que las almas que nos peregrinan a pocos metros de distancia, son solo meros espectros de alguna vida que no nos pertenece. Y los malabares se sucedían, y las monedas caían en un sombrero negro, azabache como unos ojos risueños. Y el trabajo agobiaba, y los días pasaban como sentenciados por la rutina o una desesperanza respirándose en la brisa de algún invierno.

Todos los días me la encontraba en el mismo semáforo, y de tanto cruzarnos en silencio se me fue haciendo costumbre verla. Pertenecíamos a mundos distintos, pero una rara sensación me respiraba el alma cada vez que esa esquina nos abrazaba desde la distancia. India no tendría más de 25 años, y era raro que yo a mis 45 me estuviera fijando en su juventud. La verdad tenía miedo de verla con otros ojos, tenía miedo de que volviera a perder lo que tocaba. Hacía un año que una tumba sin tiempos alojaba a mi mujer, hacía un año que no paraba de llorar por la añoranza y ausencias. A veces la vida te arranca lo más preciado, a veces la muerte se confabula con la vida para nunca más devolver lo que nos han quitado. No sé, tal vez el tiempo sana heridas, pero no es fácil transitarlo. Y la misma esquina, y los mismos malabares me fueron hechizando. Es cierto que mi timidez no ayudaba mucho, es cierto que sin buscarlo India me calmaba las penas… y ese momento del día se tornaba como mágico rito que esperaba con ansias desde la noche anterior. Un domingo en que no trabajaba y salí para despejarme amén de la tormenta que se veía en el horizonte, la encontré ahí… en la esquina que se tornó paso obligado para mis días en solitud. Comenzaba a llover y el destino quiso que juntara coraje y me ofreciera a llevarla hasta su casa. Una tímida voz asintió a la ofrenda, teníamos la confianza del que conduce y el que hace malabares… extraña pero cierta. India fue todo el viaje en silencio, acomodando sus herramientas de trabajo, urdiendo sus dedos como con un nerviosismo que me amedrentaba. Contemplé su belleza en silencio, como en silencio ella descubrió todas mis tristezas. No vivía lejos, una humilde casa, donde los relámpagos la perdían en la negrura de la tormenta. India se apeó del auto y en agradecimiento me dio un beso en la mejilla. En ese momento mi pecho estalló en miles de versos, en cientos de mariposas, en millones de colores, en centenar de canciones. En ese instante me dejé vencer por el amor, para saber que había ganado la batalla al dolor. Supe que volvía amar, no sé si sería correspondido, no sé si India se fijaría en alguien maduro y con una brecha importante entre nuestras edades. De todos modos, volvía a sentirme vivo y esas húmedas gotas se confundían con mis lágrimas, esta vez de alegría. Esperaría el momento oportuno para profesarle este tan silencioso y extraño amor nacido en el cruce de una esquina con color a malabares.

Y al otro día, cuando el sol se opuso a la tormenta, la esquina me aguardaba silenciosa… sin India, tal vez la lluvia impidió su traslado. Y al otro día la esquina silenciosa y sin malabares… y al otro día, y el que venía. Una semana en silencio tortura hasta el más fuerte corazón. Junté como nunca antes todo el valor y marché hasta su casa. Tímidamente golpee la puerta y nadie respondió, tímidamente mi pecho volvió a extrañar. La vecina que por curiosa o por buena gente… para el caso me daba lo mismo, se acercó y me dijo que India permanecía en el hospital. Uno se da cuenta en el semblante de la gente cuando se respira preocupación. Pregunté “¿es grave?”. Ella solo respondió, “Está en manos de Dios”. Callé mis lágrimas, callé ese grito desgarrador que hubiera querido dar y me fui corriendo hasta el hospital. En la recepción no preguntaron si era familiar o que lazo me unía a ella, amor a veces alcanza para unir personas. Tenía miedos, tenía sueños, tenía de todo convulsionado en mis adentros… todo tenía que lo perdí cuando la vi sobre esa camilla perdida en las paredes de una habitación. India veía el cielo dibujado en el techo mientras una lágrima caía sobre la almohada. Como si me estuviera esperando desde siempre me extendió la mano, me ofrendó su silencio y yo los míos. Fue cruel la realidad de ese cuadro del cual detestaba cada pincelada dada. Cáncer, India tenía carcinoma y un seno severamente comprometido. Una mastectomía completa era lo más indicado. El cáncer osa devorar la esperanza como también cercenar mañanas. India estaba sola en el mundo, sola con sus miedos, con la muerte respirando sobre su aliento, sola frente a un espejo macabro que le devolvería para siempre su aspecto mutilado. Cáncer, otra vez hurtándome lo que me llenaba de vida. Con el tiempo aprendí que la vida no era injusta ni justa, era simplemente la antesala de la muerte… inasiblemente un grito antes del silencio.

Tal vez si India hubiese notado que sus mamas no estaban bien, tal vez una mamografía, tal vez un control… tal vez el destino osó jugar sus cartas de esta manera, y la partida, la partida aún no estaba perdida. No sé qué será de ella, sé que no quiero perderla, le tomé fuerte la mano, besé sus labios sin importarme la respuesta… no está sola, porque el amor nos elige… en el tiempo, en la hora, en la esquina… en estos malabares de la vida con la muerte.

OCTUBRE MES DE LUCHA CONTRA EL CANCER DE MAMA
PINTEMOS LA VIDA DE ROSA… TOMEMOS CONCIENCIA
Diego López