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Amparo Estévez Saviza

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Considero que un espacio interactivo debe servir para comunicar, compartir y pasar momentos agradables que nos ayuden a pensar la vida como bella y en este caso específico a conocer a los escritores y poetas que en todo momento transbordan vidas diversas arte y sueños a nuestro corazón...

miércoles, 19 de febrero de 2014

EPISODIO 17 - -MACEDONIO FERNANDEZ



- TOMI


EPISODIO 17 - -MACEDONIO HERNANDEZ

Brindis a Gerardo Diego

No estaba preparado para este benévolo pedido. Pero felizmente mi improvisación la tiene Scalabrini Ortiz; yo solo retengo tres borradores completos de ella. En el bolsillo abultado de las improvisaciones breves y olvidadas de preparar, encontrará Raúl un borrador.

Es tan poco lo que tengo que decir, señores, que temo me tome mucho tiempo el encontrar en un brindis tan estrecho un lugarcito donde situarle el fin. Si la nerviosidad de una improvisación (sacada del bolsillo) y lo breve que es me imposibilitaran hallar un lugar de final en mitad u otro punto, será con gran pena que me veré continuándolo indefinidamente y postergando para mí eternamente el goce de los aplausos que tan espontáneos se reserva para la conclusión, si la concurrencia no ha concluido antes. Sin embargo, pongo a disposición de las personas que deseen conocerla corta a esta oración los borradores terminados de ella. Y todo lo que termina es breve, como averiguó Shakespeare.
Considero casi irrespetuosas las improvisaciones no maduradas, el decir lo que se nos ocurre en el momento. Al contrario, estimo como un encomio que se note y se declare lo muy estudiado de mis improvisaciones subitáneas.
Efectivamente, no me hallo preparado para el presente benévolo pedido de la concurrencia. Pero tengo una disculpa. Hidalgo, que mediante un precio de cubierto que no empieza, que no llega a la unidad', ha conseguido una demostración que no termina favorecido su propósito por las simpatías que se atrae el obsequiado, me encomendó una tarea fatigosa y de responsabilidad; ante el precio de cubierto ideado por él, le dije:
¿Y si a la concurrencia se le ocurriera comer? Nunca se ha visto eso en banquetes. ¿Estará prohibido?
No, pero no acontecerá.
Por eso me encargó hacer una lista cual esas que suelen publicar los diarios con el titulo "¿Dónde comeré esta noche?".
La he hecho, y a la terminación de esta comida os diré dónde podemos comer; cuando volvéis a casa si decís que retornáis de un banquete os sirven en seguida la cena ¿no es verdad?
Poeta que nos visitáis, Gerardo Diego: 1 $0,90.
Una palabra de amenidad y compañerismo es lo que el momento consiente: os habéis ganado una fortuna de simpatías aunque no habéis venido a hacer fortuna, por vuestra actitud sensible, modesta y de vivaz observación, no importuna, de nuestro ser nacional.
Aceptad con certeza de afecto y apreciación de vuestros talentos la sinceridad de esta demostración. Sería indiscreto de mi parte intentar un encomio y examen de aquéllos. La salutación a un visitante que se hace querer es todo el significado de lo momentáneo actual.
He dicho.
("Pulso", 1928)


Brindis insistente

(En el homenaje al escritor Clodomiro Cordero)

Comida sin discursos, cita de oradores, el gentil amigo doctor Cordero imaginará cuánto debe gustarme esa tan decretada e imposible cesantía de la alocución. De un banquete sin brindis no quisiera perder ninguno, haría por llegar antes del último que, por lo muy precedido, da tiempo de no nacer a las tardanzas luego del cual es indudable que el banquete sin brindis comienza. Y así podría improvisar el mío, que le adjunto, y acompañar en la fiesta al cuentista de Spleen: estaba preparado como nunca para una improvisación.
Pero aparte de que mi voz siempre habló mal de ella misma, sus encantos han empeorado. Me tenía molesto una ronquera que no sé dónde me empezó y justamente hoy se me ha corrido ala garganta. Debo haberla contraído en una esquina con dos vientos, más el que venía en las palabras huecas del abnegado político; tanto gritó que puso ronca a toda la concurrencia. Y no era, sin embargo, mi esquina; soy de la opinión adversa; mi esquina política mira al Norte y al Sud y esa miraba a los cuatro "rumbeos". Creo que si hubiera algún partido al cual conviniera el callar de sus oradores, aquel disertante también se hubiera entusiasmado en hacerle la propaganda deseada como orador suyo.
Lo que tengo que explicarle es la gran ventaja, placer aparte, que me aportaba su fiesta. Fuera de usted y yo, nadie ha escrito menos en menos tiempo. Sólo nosotros podíamos superarnos: si el tiempo disponible hubiera sido menos aun más podríamos haber escrito menos; sólo si hubiera sido ninguno no nos sería posible haber escrito menos que nadie en tiempo ninguno.
Tratándose pues de una fiesta en su honor, cuando podía yo más oportunamente exhibir lo consumado de mi invento del brindis desmontable y más breve; yo, el escritor más corto, brindaría por vos el otro escritor más corto, con la alocución mínima. Así podría al cabo de muchos meses terminar aquí el "brindis sin fin" de mi invención que comencé en el banquete, de concurrencia interminable y precio no comenzado, al poeta Gerardo Diego, el que gustó tanto que las aclamaciones no me lo dejaron concluir.
Es injusto que siquiera por ser la primera vez, no dejaran terminar el brindis infinito, que inauguraba aliviadamente el nuevo arte mudo: de comer sin discursos.
Esa peroración que debió ser lo más largo que ha sucedido a un público (si Demóstenes la hubiese inventado, todavía estaríamos escuchándolo) y lo más largo acontecido en mi vida, el brindis sin fin en que inesperadamente vino a acabar mi investigación en busca precisamente del brindis más conciso tuve el desacierto de anunciarla como lo más pronto concluido de todo lo comenzable, la menor distancia y diferencia descubierta entre principio y fin, como también entre lo oíble de un mudo y lo de un orador. Ni esto pude decir: tras la primera frase se opuso el público, todo muy favorable a mí, ansioso de que no perdiera la gloria del récord de mi propio magnífico invento dañándolo yo mismo con prolongarle palabras. La concurrencia quería también ser la primera que oyera tal invento, y serlo completamente del brindis no acortable: había peligro de que le añadiera una palabra prescindible.
Se me impidió así acabar de empezarlo siquiera, y en realidad lamento ahora tener que desencantar a aquella concurrencia tan parcial a mí: ella perdió el largo privilegio de haber asistido hasta concluído el primer "brindis incomprimible y sin fin" de todos los siglos.
Seréis vosotros los del banquete al doctor Cordero quienes detentaréis ese récord y disfrutaréis del brindis que paso a historiar y formular. El verdadero estado de espíritu con que yo me alcé a brindar allí era cierto trastorno de mi lucidez y serenidad que me estaba ocasionando el trocito de papel que traía en el bolsillo con el brindis. Lo había hecho tan corto que no quedó en él dónde ponerle el fin, y yo iba a explicar a la concurrencia que desgraciadamente el brindis seguiría eternamente por haberlo construido tan estrecho que las palabras finales no tenían en él dónde acomodarlas: el brindis interminable por brevedad era la tragedia que estaba hiriendo en ese momento al generoso orador que se había desvivido por salvar a todos los públicos del mundo de las comidas, de ser público de nada.
Vais a oírlo y espero no dejaréis de alabarlo, pero no lo haréis diciendo indiscreta e infielmente es tan bueno al principio como al fin y que justamente hacia la mitad asume su mayor interés: reconocedle meramente sus dos peculiaridades sin precedentes de interminabilidad y pronto fin.
El doctor Cordero me ha reconocido privadamente como el primero en llegar tarde a la Literatura y me ha cedido el paso para que llegara tarde primero que él, y él en seguida. ¿La urgencia que tenía yo en adelantarme
a llegar tarde? Cuando en 1928 yo apresuraba las páginas de mi "Vigilia, etcétera" cuya primera edición ya está totalmente dormida, aunque la galantería extrema de los libreros de Buenos Aires proporcionará el número de ejemplares que se desee de las ediciones agotadas, que son las menos buscadas antes de agotarse, por tal de complaceros, una visita del exquisito estrellador de cielos, y de idiomas, Xul Solar, púsome en grave zozobra. Yo contaba estar escribiendo el libro menos entendido del mundo, y él venía a anunciarme que su idioma de incomunicación, su ininteligible neocriollo, estaría listo antes de que concluyera el urgente y forzoso remate indefectible de alhajas que durante cuatro años se ha anticipado en la calle Corrientes y Suipacha. Entonces se iba a decir que una vez proporcionado al mundo el idioma de Xul Solar cualquiera podrá escribir libros ininteligibles. Apresuré el mío y creo haber acreditado que no necesito del idioma de Xul Solar: un pensador puede hacer incomprensible, cualquiera, lo que hasta ahora parecía difícil. En fin: mi brindis fue, y sigue, todo él en cuatro palabras:
¡VIVA! GERARDO DIEGO ARTISTA
es, lo repito, doctor Cordero: ¡vive, artista!; sí, artistas, vivamos. ("Carátula", 1929)

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