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Amparo Estévez Saviza

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Considero que un espacio interactivo debe servir para comunicar, compartir y pasar momentos agradables que nos ayuden a pensar la vida como bella y en este caso específico a conocer a los escritores y poetas que en todo momento transbordan vidas diversas arte y sueños a nuestro corazón...

miércoles, 19 de febrero de 2014

EPISODIO 19 - MACEDONIO FERNANDEZ




EPISODIO 19 - MACEDONIO FERNANDEZ




Brindis a Leopoldo Marechal

El principio del discurso es su parte más difícil y desconfío de los que empiezan por él.
El presente es trémulo porque es viejo; fracasan los que en él hagan cualquier cosa; en cambio, dejado para otro día, fue el método de celebridad y poder de todos los expectantes y silenciosos. Nada empecemos hoy, que el porvenir está lleno de cosas hechas, tan preferibles, y debe estar muy cerca ahora, después de tanto Pasado.
Explicaré mi arrepentimiento de cuanta cosa empecé antes del porvenir: ves o cuatro brindis marrados que yo calculaba me dieran más aplausos en unos minutos que todos los aplausos de llamar al mozo que ha oído un mozo de bar en treinta años de atencioso servicio, aunque se le añadan (esto es propina) los aplausos de matar polillas mientras vuelan y los aplausos para ahuyentar gallinas de un jardín me hicieron abusar del pensamiento, hasta descubrir que esos cuatro discursos no sólo comenzaban sino que presentaban el principio de la mala ubicación, delante de todo, antes que el público se acostumbrara. (Brindis a los que se reconoció, sin embargo, el mérito de un estilo tan continuado, o personal, mío, digamos, que podían oírse de espaldas por los que se iban retirando, y continuarse indefinidamente mientras alguien no encontrara su sombrero.)
Corrigiendo estas contrariedades, en ocasiones posteriores, rogué al público continuar atendiendo hasta oír el principio de mi discurso, lo que lo ilusionó alegremente. En fin, en un reciente ensayo lo suprimí del todo y en la emoción de ensayar me olvidé de todo lo demás y me senté. La concurrencia, enamorada de la intención que me supuso de inaugurar la nueva era del concluir de comer sin dificultades, aparentó no haber oído que yo no había dicho nada y declarando que nada confuso tenía mi brindis, ni preocupante o flojo o desigual o que no se entendiera del godo, aplaudió como para dar ocupación a todos los mozos de bar no llamados en un mundo de bares abstemios y vegetarianos. No soy tan impresionable como el habitante que se resbaló del mundo, cual si le hubieran hablado de cáscaras de bananas, cuando le dijeron de golpe que la tierra era redonda; mas me siento triunfante por haber concluido no sólo con mi carrera de orador que no para, sino con la de orador confuso, en la que entreveía un porvenir claro y sin trabajo ninguno, porque me era innata la facultad. He nacido con las "líneas ligadas", en casa de una telefonista, frente al abonado "equivocado", e inventé el brindis "que no funciona", ovacionado final de mi carrera de inventor, que me compensa de haber llegado tarde a este mundo y con el candor de creer que vendería millones de mis aparatos para postergar rifas, cuando ya nacen hoy con dos delanteras de aplazamiento y la de cuarta postergación está adelantadísima ya en taller de Alemania, haciéndose en el mismo molde donde se moldeó la intención que tiene Alemania de pagar la indemnización de guerra de 1914.

Querido gran poeta Leopoldo Marechal: lamento haber contado cosas tan malas del presente y de que hay que apagarlo, con ventaja segura, cuando nada declara más a un poeta, y es en vos un signo constante, que la certeza e interlocución con el Hoy, único modo místico y estético del tiempo. El hoy ha sido lleno para todos y es por una degradación de espíritu, cuyo manantial no logro descubrir, que por una parte la inclinación histórica y por otra la ideología banal del Progreso, dos perversidades de difícil explicación, nos hacen suponer más plenitud del Hoy de los que nacerán ulteriormente, y una pobreza del Hoy que poseyeron los hombres del pasado.
Vuestra poesía, entre nuestras numerosas empresas estéticas de hoy, palpitación de una busca ardiente y penetrante de Arte que me exalta, me pone más que ninguna ante la evidencia del goce espiritual y la oscuridad,
en mí, de su teoría. Aunque cada vez se me paraliza más la interrogante estética, creo que en vos se decide, aunque no se colme todavía, la inquietud profunda y el operar continuo de las almas artistas de Buenos Aires.
Perdonadme, Marechal, la pobreza imperdonable de estas vaguedades en mi posición mental ante la belleza que realizáis, que no excluyen, aunque no decoran, la certeza del placer que generasteis para nosotros .


Brindis a Norah Lange

No siempre venimos preparados para improvisar esto no sería nada, pero tengo otra dificultad que luego se dirá, pero lo haré (aunque tuve aviso con tan poca anticipación) si es que condescienden a una manía que me domina en momentos así; nunca se ma ha visto improvisar de otra manera.
Todos los trabajadores artistas han mostrado antojos raros en sus horas laboriosas: Víctor Hugo, que escribía un libro por año, no se sentía fuerte para comenzarlo hasta que no había concluido de vivir todo ese año sin pensar en nada; Núñez de Arce no tomaba la pluma sin ponerse... mal escritor al punto, lo que explica por qué escribía tan bien; Balzac no empezaba a escribir sin tener cerca de sí la ausencia en viaje a Europa de su suegra (ya se entiende que el viaje a Europa de una francesa es venir a la Pampa); Colón no descubría continentes, o lo hacía enteramente de mal humor, si no se los ponían por delante impidiéndole seguir la redondez hasta el Asia; lo que hubiera a derecha o izquierda no lo descubría; a Gautier el vacío en la cabeza era la sensación sin la cual no podía llenar la primer página (la vez que se inspiró más fue citando supo que la sociedad de críticos parisienses, estafada por un rematador, había comprado para su balneario una isla de antropófagos); y el ocioso Byron al comenzar a trabajar no hacía nada: pasaba tantos años sin reflexionar en cosa alguna que cuando quería retratarse no acertaba con la postura de pensar.
Yo no puedo improvisar sin ponerme los anteojos de leer y sostener una hoja escrita delante: la seguridad que siento de no decir nada imprevisto, de compromiso, me da inspiración.
Si yo dijera todo lo que de encantadora tiene Norah Lange, si hiciera conocer qué sentido de la vocación de sensibilidad hay en su trato personal, qué elegante es su línea lanzándose del diminuto pie a esconderse en el nido de su cabellera metálica, el vuelo expresivo de su querida fisonomía, lo que hay de leal en su amistad, lo que hay de medido y de sin freno en sus andares, sus conductas, sus prudencias de hacendosa y ahorrativa, su mansedumbre ante una existencia de labor insípida obligada, su alegría merecida del sábado y el domingo libres, sus desprendimientos de dinero, de su dinerito tan contado y menudo en su carterita, ante una lista de colecta en obsequio de algún compañero de arte, sus despreocupados ímpetus y alegrías en la bohemia; si yo dijera cómo la quieren Evar Méndez, Scalabrini, Galtier, Bernárdez, Borges, Marechal, Xul Solar, y... (no es éste el momento, ante tanto rival, para una "declaración" mía; y además Norah me dijo hace tiempo, la primera vez:
"Vuelva usted cuando tenga veinte años menos"; ¡cómo me conoció el defecto! ¿Por qué me quedé tanto tiempo habiendo tanta luz, hoy que se abusa tanto de la iluminación? Y además, ¿dónde no estará iluminado si está Norah? No fue exigente, sin embargo: solo veinte años menos. ¿Cuánto tiempo necesitaré para retrasar veinte años?
Si yo descubriera toda la grandeza sumisa que hay en su vivir y en su afecto hogareño y práctico y el contraste con su voluntarioso espíritu en el arte y en la bohemia, ¿quién no me pediría aquí mismo su mano, confundiéndome con su papá por lo mucho que ostento conocerla?
Sería una mala chanza pedir que la dé a otros si para mí la quiero y tengo una promesa tan positiva.
Querida Norah, discúlpeme: pero comprendo profundamente su suave ser y le deseo con todos los que la quieren visiones de arte y de pasión siempre cerca de su vida; y paciencia conmigo, que hago progresos: ya he comenzado a atrasar años y no volveré por su promesa con falsa cuenta saltando ninguno, ya que me falta muy poco para que me falten todos los veinte.


Brindis a Sealabrini Ortiz

Aseguro, señores, que contemplo tanto y poseo tan poco las dotes de orador, que daría la estancia de cualquier ricacho, sin considerar su valor y haciendo el gran esfuerzo de desprenderme de ella, por verme aquí improvisando con esa desenvoltura de un magno paquete de Gath y Chaves caído al suelo desde la vertiginosidad de un ómnibus.
A lo largo del vivir he simplificado, llevado al mínimo tantas cosas, que las he hecho casi tomar contacto con su propia inexistencia, como le pasa al programa de Carlos Marx tratado por algunos partidos socialistas contemporáneos. Por ello he considerado que sería un deber en este brindis proporcionaron una muestra de mi facultad de simplificar, si el hecho de hablar en público por primera vez no me turbase demasiado.
Y empegaría esta muestra de mi experiencia en sencillez diciéndoos que soy el diestro único que concebí en política una revolución tan simplificada que dejara las cosas más igual que antes.
Así con el afeitarse: suprimí primero, la escobilla, luego procedí sin espejo, sin alumbre, sin polvos, sin balconcitos rosados de sangre en una y otra mejilla llamados tajitos, habitualmente creídos tan necesarios; sin talco, sin jabón. Faltándome todo, me afeitaba tan fino que ninguna persona llegada a las dos horas advertía que yo estuviera recién rasurado.
Era la rara perfección de hacerlo forzando el método de supresiones hasta la lisura de lo indiferenciable.
En materia de longevidad, he simplificado tanto mis pretensiones que "un día siguiente" es toda la prolongación que pido de mi hoy vivir. Es cierto también que he introducido una complicación, pues sostengo que el día de trabajo, después de un día de fiesta, no debería venir tan de repente. Que empiece el día de trabajo en cualquier día pero nunca tras un feriado.
En cuanto a mi colección particular de cuadros, pasé de los óleos y acuarelas firmados a las ilustraciones de revistas y a los cromos, y en fin, hoy mi Sala de Pintura está constituida por montoncitos, manojos de papeles de colores suspendidos en todas las alturas.
Otra simplificación que ha sido apreciada como digna de difundirse, y muy práctica, es la que apliqué a ciertas comidas y combustibles. Empecé como todo el mundo haciendo un cordero al asador con cocinero y mucho fuego, y he llegado a hacerme un asado a la llama de una vela y un bife o costilla a la de un fósforo.
Queda con esto de manifiesto que es mera amabilidad del persuasivo autor de "El hombre está solo y espera" su declaración atribuyéndome influencia y estímulo sobre sus obras y su espíritu. Creo que ha sido mayor su influencia sobre mí en todas sus penetrantes ideas de psicología social porteña, pero, desde luego, ven ustedes, manifiestamente, que mi idiosincrasia simplificadora no lo ha tentado para nada, pues llega a la 5ª edición sin omitir 2ª, 3ª ó 4ª.
Ahora me digo yo que sólo gusto de las innovaciones que simplifican, si lo que ha hecho Sealabrini, esperando el agotarse de cuatro ediciones para imprimir la quinta, no es innovar hacia una rutina; ¡para qué complicar las cosas! Estábamos tan bien con una edición primera, última y quinta al mismo golpe, sin insistir por un primer lector que se comenzase, que se decidiese. Lo que así ha hecho es una innovación que incomodará mucho en adelante a los que numeramos nuestras ediciones conforme a lo que debió ocurrir, no a lo que no principió a ocurrir.
De hoy en adelante tendremos que regalar cuatro edicones para vender la última. Hemos perdido una simplificación preciosa. Con el calificado ejemplo de Sealabrini Ortiz hemos perdido, sí, una de las comodidades deliciosas del no haber ciertas cosas. Había, señores, según mi catálogo, tres cosas que no había todavía, en la vida literaria y periodística, haciéndola tan placentera: el reportaje con reporteado, la improvisación de repente y las ediciones agotadas. Tratándose de un amigo tan querido y tan artista, felicitémoslo en este mes de la de Dos Millones , de que no sea de otro sino de él la suerte de habernos hecho
tanto daño. Conviene, de paso, recordar que los libreros y editores han logrado el razonable absurdo de que luego de "agotado" es que los libros se venden más, por ese prestigio envidioso.
Me despediré con algo personal y oficioso. El primer poema y ensayo de lo porteño, que tenemos por inspiración de Scalabrini, nos convence de todo, pero no habrá entre nosotros quien imite su revolución edicional. A menos que ustedes quieran adherirse a algo que propondré. Yo no creo mucho que la Literatura del pasado sea belarte; obra de prosa artística en género serio no ha abundado. Para que acabe de faltar a la humanidad una genuina belarte de la Palabra, para que aparezca, por ejemplo, la primera novela buena, es preciso que se escriba la última mala. Escribámosla nosotros, alguno de nosotros. Yo no creo que, aunque seamos muchos, haya por falsa modestia o por tenerse poca fe quien dude de poder escribir la última novela mala. Yo ayudaría principalmente, pues su ausencia quizá está estorbando sacar la que alguien puede tener lista del todo primera novela buena, de genuino y severo arte, sin una primera, ni ésta sin una última del género de la novela mala .
Hay que darse conciencia de esta responsabilidad. Si hay perezas y dudas, aunque todo el talento, supliendo vuestra inercia yo haré una mía, y ésta será mi tarea de ese año. Yo entrego mi novela como la última mala, bajo el compromiso de que otros aquí prometan la que la haga última de lo malo, la verdadera Novela ¡por fin! No sería cauto que yo escribiera las dos; podrían confundirse y tomarse por última mala la gran novela comentadora.


Cómo pudo llegar el caso
de un brindis oral de faltante

No es éste el brindis desmontable de mi invención, ha tiempo patentada, ni "el de otro banquete" que barnizado se aprovecha luego por segunda vez. Este no es, tampoco, el brindis aprovechado ahora clandestinamente, de faltar a otro banquete, al que llegué tarde y a otro restaurante, y el día antes, caso de puntualidad relativa, disminuida por exceso, en el que comprendí que el campo de la impuntualidad no está solo en lo después de lo puntual, zona de lo tardío, sino en lo prematuro, zona del "estar verde" todavía. (Y no recordaré aquí la conducta sensata del hombre que no faltaba a ningún entierro, extrema diligencia en esto que admiraba a todos; y requiriéndosele para que explicase cómo había sido siempre tan puntual, manifestó que lo era en todo sepelio de otros para que en agradecimiento de ello se le disculpara si por acaso llegaba tarde al propio, pues, dijo, sólo se permitía ser perezoso en cosas propias.) Sin embargo, quizá, con mi ir el día antes, conseguí un resultado perverso de despojo de la puntualidad ajena, pues hice al momento inasistentes a todos.
Pero, como digo, no es éste ese brindis; ahora es el profundo desahogo de haber faltado a todo aquello a que asistí, por mi condición delgada y pequeña de físico, de inadvertible, a quien por extraña arbitrariedad no le fue dada nunca la presencia completa, haciéndome el perpetuo impresenciado; mi minusculidad hízome parecer en cualquier lugar que no estaba allí todavía, como un existente con pero, un "ya, pero", siempre un "recién" de llegar de la Nada; aún menos que llegar: un no quedado en la Nada, llegar es demasiado positivo.
Así como nadie, aunque sea alguno, despiértase sin creer haber estado despierto algo antes obsérvense ustedes y lo notarán así: es estrictamente psicológica la impresión en todos los despertares de haber estado despierto desde unos momento antes. En estado de expectativa de un hecho cierto ocurre también lo mismo: noten ustedes que cuando se aguarda, preocupado, un llamamiento telefónico y oímos sonar la campanilla, parécenos que desde algunos segundos antes ya la estábamos oyendo, así yo no conseguía empezar a estar presente, ni más ni menos que les ocurría a los primeros trenes, tan lentos y torpes, que hasta después de un rato no estaban en la estación a que habían llegado. Advertía siempre que había en torno m ío incredulidad; amable pero incrédulamente se me recibía siempre; a veces, el que me saludaba y me tendía la mano creía estar en el ridículo de hablar y gesticular solo, y para disimular su confusión se dirigía a los circunstantes alegando que había intentado cazar una polilla, lo que aumentaba su ridículo porque es sabido que las polillas se cazan con un aplauso de dos manos, a diferencia de los mosquitos que se matan sin aplaudirlos, con una sola mano.
Las presentaciones son mi tortura; y mi envidia de toda la vida es la obesidad de todas las cosas, el extravolumen que, por contragolpe, hacía comparable, como veis, a una presencia de polilla la mía.
Sin embargo, mi educación, mi ambiente, mi género de vida, mi inadvertido género de vida, me habían hecho extremadamente sociable, con horror de la soledad, de la cual, empero, no podía escapar ni en compañía. Todos estos sentimientos y resentimientos de esta terrible negación del destino para acordarme presencia, calidad de concurrente, como cualquier mortal, me han constreñido a este desahogo en que hago la oratoria de un faltante irremediable. En mi condición de inadvertible, pues ahora pienso que vosotros no me advertís y me resigno a este irremediable mío, concluiré diciendo: Señores obsequiados y señores invitantes al banquete cuya circular he recibido: siéndome imposible la presencia, por causas misteriosas que nada tienen que ver con la falta de puntualidad de la planchadora en traerme la camisa recién planchada ni con la perversidad del objeto: el botón que se ha corrido debajo de la cama, sino con una puntualidad de faltar adherida a mi vida con misteriosa inherencia, os ruego disculpéis mi inasistencia al homenaje a que me he asociado de todo corazón, perdonándome plenamente como si hubiera alegado no poder asistir a él por no tener noticia alguna de tal homenaje o por haber llegado tarde a la verdad que trae en horario aquí.
Lo más concentrado de lo doloroso de esta preocupación de no tener presencia en un mundo en que la hay hasta para la "presencia" de ánimo, es la imposibilidad deprimente de lograr alguna vez "estorbar" algo a alguien. Sólo me han halagado las situaciones, en fiestas de convite y danza muy concurridas y agitadas, que me deparaban los atareados mozos, justamente exigentes e irritables que cruzan entre movibles parejas y mesas apiñadas con la abundante todollevabilidad de su luciente bandeja cargada de fragilidades e inestabilidades, temblorosa de líquidos en vasos estremecidos, indicándome con un violento ademán apartarme y no molestar. ¡Molestar a ojos vistas, en un inadvertible! ¡Qué buen recuerdo y amistad guardo a los mozos de mal humor!

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