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Amparo Estévez Saviza

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Considero que un espacio interactivo debe servir para comunicar, compartir y pasar momentos agradables que nos ayuden a pensar la vida como bella y en este caso específico a conocer a los escritores y poetas que en todo momento transbordan vidas diversas arte y sueños a nuestro corazón...

domingo, 17 de noviembre de 2013

ADOLFO BIOY CASARES - (ÚLTIMA PARTE)




Oribe aparece atribulado por la muerte de Lucía. Pero el narrador observa: «Su abatimiento era notorio, casi teatral». En efecto, Oribe era como un buen actor, imaginaba claramente su parte, se confundía íntimamente con el personaje encarnado.
Por último: tergiversa los hechos y se apropia las experiencias ajenas. Por ejemplo:
-Desde una ventana, los dos miran la llegada de Vermehren a la tranquera; los dos miran, pero el que ve es Villafañe, porque tiene los anteojos y porque Oribe es corto de vista. Ante el patrón, Oribe declara: «Después de lo que vi, no me voy sin visitar “La Adela”».
-Oribe afirma que no vio nevar porque la noche estaba oscura; que no advirtió que había nevado hasta encontrarse de vuelta en el hotel y ver sus botas sucias de nieve. Nosotros afirmamos: mientras él estuvo afuera no cayó nieve; la hubiera visto: «Empezó a nevar cuando salió la luna». Luego (otra impostura), no vio la nieve en sus botas; la vio en las de Villafañe.
No ha sido el odio lo que movió a Villafañe a presentar estos aspectos del carácter de Oribe; ha sido (también) el escrúpulo de no rehusar al lector ningún elemento útil para descubrir la verdad.
b) Villafañe salió después de Oribe, como si lo siguiera. Pero imaginar a Villafañe espiando a Oribe es absurdo. Villafañe salió para entrar en «La Adela».
Estuvo con la muchacha. Cuando le dicen que una de ellas ha muerto quiere saber su nombre; después no se va del velorio hasta ver a las tres hermanas de la muerta (teme que ésta sea la que estuvo con él la noche anterior; espera que no sea); pero desde el principio ha temido lo peor, y se ingenia para que Oribe y el Delegado le consigan una fotografía (quiere guardar una reliquia); declara que aborrece ver personas muertas, porque después no puede imaginarlas vivas (con referencia a este caso, la frase no tendría sentido si Villafañe no hubiera visto antes a la muchacha); pasa la noche en vela, está muy triste, está enamorado de Lucía Vermehren (no creo que una fotografía y un destino más o menos poético bastaran para enamorarlo); se refiere al relato de Oribe como a «esos horrores» y alude a su «arrepentimiento» (Villafañe sólo pudo hablar de arrepentimiento si tenía alguna responsabilidad en la suerte de Oribe; sólo pudo hablar de horrores, si en el relato de Oribe oyó su irrespetuoso relato de una aventura atrozmente purificada por la muerte).
Finalmente, llamo la atención del lector sobre una frase de Villafañe. Compara un episodio de la vida de Vermehren con la sorpresa final de un cuento, en que un personaje, has¬ta entonces considerado secundario, resulta bruscamente el protagonista. Me pregunto si Villafañe no ha dejado esa frase para que alguien la recoja e interprete, como con una clave, todo el relato.
No creo que la única interpretación de estos hechos sea la mía. Creo, simplemente, que es la única verdadera.
Faltan unas pocas palabras sobre Villafañe y sobre Lucía Vermehren.

. Tal vez Lucía Vermehren haya recibido a Villafañe como al ángel de la muerte que la salvaría, por fin, de esa laboriosa inmortalidad impuesta por su padre. En cuanto a Villafañe, el destino se había ensañado con él; lo convirtió en instrumento de muertes, pero no lo derrotó; nada logró derrotar su tranquila hombría, su incorruptible sere¬nidad. Una vez dijo: «Me agrada pensar que Oribe tuvo una muerte acorde con su vida». No dio ninguna explicación; yo creo entreverla... Agregó algo sobre «muerte propia». En aquel tiempo todos hablábamos de muertes propias y ajenas; no había mucho que entender en la distinción. Sobre la calumnia que lo complica en el suicidio de Vermehren me atrevo a declarar que tiene un solo origen: el manuscrito del mismo Villafañe. No sugiero, sin embargo, que Villafañe haya inventado esa indefendible calumnia para que el lector la destruya y crea descubrir su inocencia.
Pero mi último recuerdo será para Carlos Oribe. Lo imagino en la noche de su partida, agitando un sombrero de paja y repitiendo este involuntario dodecasílabo:

¡No todos, no todos, se olviden de mí!

La súplica del poeta fue escuchada.
A.B.C. FIN

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