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Amparo Estévez Saviza

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Considero que un espacio interactivo debe servir para comunicar, compartir y pasar momentos agradables que nos ayuden a pensar la vida como bella y en este caso específico a conocer a los escritores y poetas que en todo momento transbordan vidas diversas arte y sueños a nuestro corazón...

jueves, 5 de junio de 2014

Daniel Navarro Estévez -Serie: CUENTOS CON FINAL ABIERTO - "AUGURIOS"




El augurio
Salí de casa a eso de las 7. El sol se asomaba pálido detrás de las casas de la vereda de enfrente. El otoño nos estaba regalando toda su poesía color ocre. Me dirigí hasta la otra calle donde guardaba el auto. Quise abrir el portón del garaje y el candado estaba trabado. Al fin después de innumerables maniobras propias de un contorsionista, pude abrirlo. Pasé por debajo de una escalera que estaba apoyada en el tinglado, subí y retiré el auto hasta la vereda. Cerrar el candado esta vez fue de lo más sencillo. -Bueno, una buena-, dije. Tomé por el camino de siempre. De pronto se cruzó un gato negro, despacio, en cámara lenta. Yo venía a baja velocidad y me dio tiempo para pensar. “un gato negro, lo que me faltaba. ¿No tendrá alguna manchita blanca”. Lo seguí mirando hasta que pasé por su lado y no, no tenía ni una manchita blanca? No, era completamente negro. Pero me dije: -Si yo no soy supersticioso-. Y me dispuse a olvidar el encuentro. Pero de repente me acordé que cuando había entrado al garaje había pasado por debajo de una escalera. El corazón me palpitó. El semáforo me detuvo en la avenida y automáticamente miré la patente del auto que tenía delante. Si, obvio… terminaba en 13. En ese segundo escuché un extraño y sordo sonido desde el asiento trasero. Me doy vuelta con el corazón en la boca. Era el paraguas negro automático de mi hijo que se había abierto solo. Giré la cabeza y miré por el espejo retrovisor esperando el golpe de algún desprevenido o alcoholizado conductor, pero solo vi un enorme camión que se acercaba cansinamente por detrás y su patente que terminaba en 17 daba justo a la altura de mi luneta trasera. Juro que tuve el impulso irresistible de bajarme del auto, pero algo me detuvo. Gracias a Dios que no lo hice. En ese momento, casi rozando la puerta de mi lado…

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