SERIE CUENTOS CON FINAL ABIERTO
DANIEL NAVARRO ESTÉVEZ
Mi mejor amigo
Miré a través del vidrio moteado de gotas que se deslizaban presurosas por el cristal. La tormenta había amainado y sobre las copas de los arboles se insinuaba un arco iris borroso, como temeroso de mostrar todo su esplendor multicolor. Mi vista se perdía en la inmensidad del cielo gris y podía distinguir entre los nubarrones que se movían cansados, algunos rayos de luz del sol que intentaban abrirse paso hacia la tierra húmeda y fría del campo recién arado. Siempre había amado la quietud, la soledad y lo bucólico de aquel paraje de la Pampa. Era mi lugar en el mundo y cuando quería apartarme de todo, era el refugio de mi corazón sufriente. Había perdido la cuenta de cuantos años tenía la casa que había sido de mis abuelos, cincuenta, setenta, cien. Pero no estaba ahí por placer, tenía que hacer algo importante. Caminé los 20 pasos que separaban la ventana del viejo modular de roble y tomé la carabina 22 de mi padre que guardaba envuelta en un viejo poncho rojo con una guarda negra. La desenvolví con mucho cuidado mientras recordaba los inolvidables momentos que en el pasado habíamos vivido juntos... Me arrimé a la puerta y lo ví, parado con la cabeza gacha al lado de la tranquera. Me acerqué sigilosamente para que no escuchara. Mientras caminaba, silenciosamente cargaba la carabina. Tomé una distancia prudencial. Apunté y comencé a jalar del gatillo. En ese momento giró su cabeza hacia mí y sus ojos suplicaron piedad y yo ya no quería hacerlo, pero los infames perdigones habían salido por el caño humeante de mi arma que empuñaba con firmeza y ya no pude hacer nada. Se desplomó sin dejar de mirarme y en el mismo momento que cayó al suelo se escuchó un estrépito en el cielo y las nubes comenzaron a llorar de nuevo. El arco iris borroso había desaparecido y ya nada en el campo de mis abuelos volvería a ser lo mismo. Mi viejo alazán herido ahora galoparía junto a los ángeles por los azules prados del firmamento mientras yo…
DANIEL NAVARRO ESTÉVEZ
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