OLMEDO
EPISODIO 9-MACEDONIO FERNANDEZ
El "capítulo siguiente" de la autobiografía del Recienvenido
He aquí el mencionado capítulo. El desagradecido autor lo precede de una nota originada por
mi prefacio, cuya palmaria injusticia inclinará hacia mí al lector, sobre todo si se encuentra a
bordo de un buque de compañía tempestuosa y el barquinazo de una ola me lo echa encima.
No me mortifica su publicación. Es muy gastado, y nadie hace caso, el recurso de notas y
explicaciones.
Heme aquí, por fin. Surjo únicamente para que no se me confunda con cierto Editor. Soy sólo
el autor de un manuscrito encontrado. En tan modesta calidad no debía deparárseme, no me
convenía, un inagradecible editor grandote, de voz resonante, a cuyo lado deba yo pasearme
por la publicidad, como me ha resultado con éste y como le sucede a ciudadano rebanado y
menudo, presumido y pulido, a quien le llega amigo rural, hombrón estentóreo aumentado
con grandes botas, que parece haberse calzado dos galpones de su establecimiento; y tócale
hacerle conocer la ciudad y divertirlo.
No se me suponga partícipe en la facción de esa nota. No tiene más propósito que expedir una
apretada serie de chistes indoloros y calmosos, mal acertados y ni siquiera ajenos: imposible
otro autor de ellos; recolectados y guardados por años, metidos y yuxtapuestos a la fuerza,
uniformados con el traje de chistes de familia, que los imprime, ya tan reídos en casa, que no
les queda qué sacárseles por lectura. Y hay que ver cómo los festeja. Es seguro que no le ha
quedado ninguno; antes de diez o más años no vuelve a hablar: hoy mismo habrá comenzado
la nueva recolección.
Lo de imaginada nueva literatura es cosa de desesperados; no la conozco y no me gusta.
Si lo hubiera animado el deseo de favorecerme, sabe perfectamente que, por ejemplo, soy el
inventor del paréntesis de un solo palito; de la solapa desmontable contra solistas (es una
solapita artificial, de gran sencillez, que sustituye parte de la solapa natural, que nace con el
saco, de gusto agradable y fácil digestión). Caramba: estoy confundido con un invento
higiénico que proporciona la longevidad, por nonagenaria que sea la edad del que usa el
remedio por la primera vez. Es un medicamento, que quién sabe por qué y felizmente para la
humanidad, no se puede conseguir gratis, fácil de destapar y verter, que suplanta el extremo
libre de esa orejita o solapa que tienen los sacos... (i Ah! un error feliz: ahora estoy en el
invento de la solapa que debía tratar primero) que tienen los sacos y de la cual se apodera el
solista experto, desengañado de la fugacidad del hombre abordado en la calle. Una vez
posesionado de vuestro saco el solista ya no hace caso de vos; se limita a hablaros pero no
necesita miraros. Al contrario, escudriña la calle atisbando otro candidato para cuando se le
apague el actual y entonces desmontáis la solapa, la atáis al buzón que se suele parar en esa
esquina; y... ese tranvía que pasa es el que os lleva adonde marca su itinerario, tan bueno
como cualquier otro.
Inventé los cuellos de camisa iguales a los otros, pero que se pueden llevar en los bolsillos o
dejarlos de usar; como Intendente tuve la visión de la supresión edilicia de las esquinas con lo
que concluyó la plaga
política que se apoya en sus paredes. ¡Extirpación tan completa constriñó a las niñas a dar
vuelta a la manzana, en el balcón únicamente, con la moral a vista de sus padres! Doté de dos
veredas de enfrente y de rumbo Norte-Sud que es el más vistoso, a todas las calles y cuando
este rumbo tan solicitado se agotó...
Supongo no habré dado motivo al lector para cavilar si la desmontable de mi invención, sería
extensible a los solistas escritos.
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